miércoles, diciembre 02, 2009
domingo, noviembre 30, 2008
A los hombres futuros
Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
Es insensata la palabra ingenua.
Una frente lisa revela insensibilidad.
El que ríe es que no ha oído aún la noticia terrible,
aún no le ha llegado.
¡Qué tiempos éstos en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque supone callar sobre tantas alevosías!
Ese hombre que va tranquilamente por la calle
¿lo encontrarán sus amigos cuando lo necesiten?
Es cierto que aún me gano la vida
Pero, creedme. es pura casualidad. Nada
de lo que hago me da derecho a hartarme.
Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara,
[estaría perdido).
Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
Pero ¿cómo puedo comer y beber si al hambriento le quito lo que como
y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
Y, sin embargo, como y bebo.
Me gustaría ser sabio también.
Los viejos libros explican la sabiduría:
apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
sin inquietudes nuestro breve tiempo.
Librarse de la violencia.
dar bien por mal,
no satisfacer los deseos y hasta
olvidarlos: tal es la sabiduría.
Pero yo no puedo hacer nada de esto:
verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
II
Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
cuando el hambre reinaba.
Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
y me rebelé con ellos.
Así pasé el tiempo que me fue concedido en la tierra.
Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
Entre los asesinos dormí.
Hice el amor sin prestarle atención
y contemplé la naturaleza con impaciencia.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.
En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
La palabra me traicionaba al verdugo.
Poco podía yo. Y los poderosos
se sentían más tranquilos, sin mí. Lo sabía.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.
Escasas eran las fuerzas.
La meta estaba muy lejos aún.
Ya se podía ver claramente, aunque para mí
fuera casi inalcanzable.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.
III
Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
cuando habléis de nuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos
de los que os habéis escapado.
Cambiábamos de país como de zapatos
a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
Y, sin embargo, sabíamos
que también el odio contra la bajeza
desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia
pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.
Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros con indulgencia. “
Bertolt Brecht.
Fuente: http://vulcano.wordpress.com/2006/12/31/a-los-hombres-futuros-bertolt-brecht/
BALADA DE LO QUE NO QUIERE SER, PERO SE DEBE FORZAR.
(Lo que no obra, no existe).
Leibniz
Spinoza hablaba de un ímpetus: la tendencia de las cosas, y de las personas, a perseverar en el ser. Una estrategia conservadora: mantenerse, en vez de transformar, en vez de revolucionar. Siempre pensando que es un valor más alto el de permanecer que el de transmutar, porque en nuestro imaginario pervive la idea que es más fácil mantenernos en el surco de la vida, con todas sus miserias, que transformar los senderos de la vida misma, que revolucionar los senderos de la vida, y hacer así de este mundo nuestra morada.
El problema es que los tiempos nos exigen más de lo que nuestra mente conservadora está dispuesta a permitirnos: nuestro tiempo nos pide una revolución, mientras nosotros seguimos pensando en tímidas reformas, nuestro tiempo nos pide transformaciones radicales, cuando nuestro imperecedero conformismo nos dicta la ley de la supervivencia.
Es hora de decir basta, ya tenemos que cansarnos de repetir un libreto que nos condena a la esclavitud, ya debemos tomar el cielo por asalto, y hacer que la vida funcione según nuestras necesidades, en vez de mantener un sistema económico que se perpetua a partir de la insatisfacción de nuestras necesidades.
Hablo del sistema financiero, y de la necesidad de abolir ese sistema financiero. De que el trabajo de millones de hombres no debe ser un pretexto para la riqueza de Sarmiento Angulo, de Julio Mario Santo Domingo, de Ardila Lule, de Álvaro Uribe y de toda esa banda de ladrones legales denominada Estado. Hablo de que la supervivencia de la especie humana y del ambiente mundial, que no depende de mantener las condiciones actuales, sino de transformar las estructuras de la sociedad, de revolucionar el mundo poniendo las cosas en su sitio. Derribar el sistema financiero es erigir al hombre como objetivo y fin de toda actividad, porque, como nuestra propia experiencia nos muestra, el sistema económico, en particular el financiero, funciona a partir de la subordinación del hombre a los intereses del capital y de los capitalistas.
En buen tiempo nos encontramos, porque la crisis económica desatada en la casa misma de la estafa mundial de los bancos, en los Estados Unidos, abre la vía a través de la cual el hombre puede cruzar para alcanzar su libertad. La vía se ha abierto, la revolución hará que se haga una realidad efectiva.
El sistema de mercado, y su plataforma política pseudo-democrática, nos impusieron durante mucho tiempo una escala de valores dominada por el principio del individualismo como valor supremo de la cultura occidental, como la piedra de toque de las libertades modernas. Ahora que este principio del individualismo, y su correlato económico, la lucha de todos contra todos en el campo de batalla del mercado, nos ha llevado a una situación franca de colapso ambiental global, a unos estándares de pobreza que mancillan el sentido común, por cuanto es una pobreza que mora en medio de la abundancia tecnológica y consumista; ahora que el mercado capitalista y su cultura liberal se han derrumbado, en los países económicamente avanzados lo mismo que en los “subdesarrollados”, encontramos que la escala de valores en la que hemos vivido estaba sustentada en realidad en un irracionalismo profundo, contra natura y contra natura humana. ¿Cómo podíamos creer seriamente que la competencia individual en el sistema capitalista de mercado podría generar el bienestar colectivo? Es una cuestión que contradice toda lógica, menos la lógica humana, por la sencilla razón que esta no se haya dominada por cadenas de deducciones conforme a fines, sino por el dictado y el dictamen de la “opinión pública”, y el dictamen de la opinión pública nunca lo hemos decidido nosotros, sino los grandes medios de (no en vano el slogan de RCN es “líder en información, líder en opinión”).
Pero, como bien afirmo el viejo Marx, “todo lo solido se desvanece en el aire”, y tragedias “multiniveles” como las que hemos vivido en los últimos meses, crack del sistema financiero, condiciones laborales ridículas, supuesto “colapso” de las pirámides, represión masiva y permanente, dictadura global e irrebatible de los bancos, todas estas cosas, nos hicieron caer en cuenta, como de golpe, que existe una pirámide gigantísima que domina desde mucho antes que asomáramos la vista en el mundo, y que pretende, a fuerza de balas y alienación, sostenerse hasta mucho después de que nuestro último hálito de vida llegue: la pirámide llamada ESTADO, que se vende a si misma, cada cuatro años en las elecciones, y el resto del tiempo en el sistema educativo, en las iglesias y en los medios, con la falsa promesa de que, invirtiendo solo “civilidad y espíritu ciudadano”, alcanzaríamos las mieles del bienestar general. Esla Pirámide que más beneficios nos ha prometido, y que en cambio solo nos ha dado problemas, nos ha cobrado impuestos a granel, y, cuando hemos decidido desobedecer, nos ha tirado al suelo y ha puesto sobre nuestras caras la dura bota militar.
Cosa paradójica, el “desplome” de las pirámides nos viene a demostrar que esa inmensa pirámide llamado estado nunca a cumplido sus promesas de beneficios sociales, y sin embargo se sostienen y nadie mete el dedo en la llaga e impugna dicho orden de cosas irracional y represivo.
Nuevamente, ese espíritu conservador que anida en nuestra mente y nuestros sentimientos, nos está impidiendo actuar decididamente para parar este orden de cosas. Esperemos que lo que ha sido una constante se vuelva sobre sí misma y estalle en un manantial de rabia reprimida que, de una vez por todas, le devuelva a este pueblo colombiano una dignidad perdida desde su mismo nacimiento.
DATOS Y CAPRICHOS
La Calle del Medio (Cuba)
Lo contrario de un “dato” es un “capricho”. Dato –participio latino de “dare”- es todo aquello que no hemos elegido, lo que se nos impone desde fuera y desde el principio, lo que nos viene dado. Hay “datos” que son verdaderas donaciones, donativos, dones, gracias recibidas por cuyo advenimiento sólo podemos –precisamente- dar las gracias: la lluvia repentina que salva la cosecha o el beso inmerecido de la amada. Y hay también “datos” que se experimentan más bien como límites o maldiciones y frente a los cuales los seres humanos apenas si pueden protegerse: el huracán Ike, la irreversibilidad del tiempo, la finitud de la vida. En conjunto, podemos decir que el hecho de que, junto a decisiones y caprichos, haya habido siempre “datos” –límites recibidos o donados desde el exterior- forma parte de la condición humana y hasta de lo mejor de ella: con las cosas dadas , con las cosas “caídas del cielo”, con las cosas que que no hemos elegido, se hacen también las grandes pasiones y las grandes novelas.
Uno de los aspectos intrínsecamente liberadores o libertarios del capitalismo es su permanente rebelión contra los “datos”; es decir, su negativa prometeica a aceptar nada “dado”, sobre todo si viene dado por la Naturaleza. Si en Chile hay glaciares formados contra nuestra voluntad hace miles de años, la Barrick Gold los dinamita y disuelve en pocos meses con cianuro de sodio. Si en el Amazonas crecieron durante centurias grandes selvas sin nuestro permiso, Cargill y Bunge se encargan de hacerlas desaparecer a razón de tres kilómetros cuadrados por hora. Si la evolución biológica diversificó sin nuestra intervención, a lo largo de millones de años, una riquísima flora y una variadísima fauna, Monsanto, Shell, Boeing -entre otros- están colaborando ahora en la tarea de desembarazar al planeta de 16.000 especies animales y vegetales en los próximos treinta años.
Esta rebelión capitalista contra los “datos” ha impuesto, a nivel subjetivo, un concepto de la superación personal asociada, no a la ética o al trabajo colectivo, sino al record: las ganancias necesariamente crecientes de las multinacionales son el modelo de los deportistas de élite, pero también de los más pedestres consumidores: Joey Chestnut es el hombre que más hot-dogs puede comer en 12 minutos (66), Tudor Rosca el que más veces puede masturbarse en 24 horas (36), Cindy Jackson la que más operaciones de cirugía estética se ha dejado hacer (47). En términos humanos, el “dato” por excelencia es el cuerpo, con su inevitable efecto colateral: la muerte. A lo largo de los últimos milenios de civilización, los humanos han recibido un cuerpo individual, una especie de soporte dúctil sobre el que distintas fuerzas escribían sus cifras y mensajes. Una de esas fuerzas era la cultura, la otra el tiempo. Tendedero de ropa y roca erosionada, en la cara de un humano la sociedad colgaba sus adornos y sus símbolos; en la cara de un ser humano se acababa haciendo piadosamente visible la vejez. El capitalismo rebelde no reconoce ni siquiera la existencia del Tiempo. España, por ejemplo, es el primer país de Europa en operaciones de cirugía estética, sólo por detrás de EEUU y Brasil a nivel mundial. Con 400.000 intervenciones al año, 900 al día, los españoles gastan 300 millones de euros en frenar u ocultar los estragos del tiempo o en adaptar sus pechos y sus orejas a patrones publicitarios. El 10% de los operados son menores de edad y ningún otro país opera a tantos jóvenes entre 18 y 21 años. Por lo demás, un día cualquiera tomado al azar el 25% de las occidentales está siguiendo una dieta; el 50% está terminándola, rompiéndola o comenzándola; y el 75% se sienten desgraciadas; es decir, gordas. La industria dietética mueve al año 30.000 millones de euros; la cosmética, 20.000 millones. O lo que es lo mismo: el equivalente a 400.000 guarderías y medio millón de clínicas infantiles.
¿Y todo esto por qué? Un artículo del diario español El País (“bisturí para todos”) lo explicaba ingenuamente y sin tapujos: “para no perder oportunidades laborales a causa de unas ojeras”. Es decir, el capitalismo siempre rebelde contra los “datos” construye ciudadanos sumisos al mercado que deben comportarse al igual que las otras mercancías: deben aparecer siempre nuevas, flamantes, sin rastros de deterioro o decadencia si quieren conservar su valor económico. El coste ecológico de esta negación de los límites es de sobra conocido, pero se atiende menos a sus consecuencias sociales y psicológicas. La misma renovación acelerada de las mercancías que derrite glaciares y derriba bosques, impone subjetivamente el desprecio por la enfermedad y la vejez, el terror criminal a la muerte, el rechazo de los pobres y los inmigrantes (tan corporales todavía) y el delirio despilfarrador de una inmortalidad ilusoria y egoísta.
El capitalismo libertario ha convertido todos los “datos” en “caprichos”: podemos ya escoger el sexo de nuestros hijos lo mismo que el modelo de nuestro coche; el tamaño de nuestra nariz y nuestra marca de cereales; una cara nueva y un teléfono nuevo. Pero ¿somos nosotros los que elegimos?
En todo caso, lo único que no podemos decidir, lo único que sigue siendo un “dato” es el capitalismo mismo y su mercado como marcos naturales de toda decisión. Lo único que se acepta como irremediable (don y maldición según los casos) es el capitalismo y sus personificaciones: el hambre, la pobreza, la enfermedad, la desaparición de las especies y los glaciares, el paro, el trabajo precario, las víctimas del Katrina, las víctimas del Pentágono, la ignorancia suicida de los consumidores.
Pero no nos equivoquemos: el hambre, la pobreza, la desaparición de las especies y los glaciares, el paro, el trabajo precario, las víctimas del Katrina, las víctimas del Pentágono, la ignorancia suicida de los consumidores no son “datos”: son el “capricho” de unas cuantas multinacionales y unos cuantos gobiernos. Les podemos dar las gracias o podemos maldecirlos. Podemos –mejor aún- rebelarnos contra ellos.
Fuente: www.rebelion.org
DE LA EDUCACION Y OTROS DEMONIOS.
Si él (el hombre) llega a comprenderse, y si llega a fundamentar lo suyo sin enajenación ni alienación en la democracia real, surgirá en el mundo algo que todos vimos brillar en la infancia, pero donde nadie ha estado: la patria.
Ernst Bloch. “El principio esperanza”
La palabra “patria” originariamente ha significado la “tierra de los padres”, el lugar y las vivencias que nos son entregados por herencia, y por extensión, “el hogar”. Decir “mi patria” equivale a decir “mi hogar”, “mi terruño”, mi tierra natal, allí donde todo guarda un aroma familiar y nos sentimos tan a gusto porque nos sentimos seguros y rodeados de la calidez del amor. Patria no es un himno, una palabra repetida en los medios de comunicación, ni tampoco la emoción que se siente al ver un partido de la selección nacional. Porque decir patria, hogar, no es decir nación, territorio y costumbres.
Si prestamos un poco de atención a nuestro legado cultural, veremos que decir “patria” es decir “lo que se ha perdido y hacia lo cual nos dirigimos”. Adán y Eva fueron expulsados de su patria, de su hogar, y ahora, según el relato bíblico, todos debemos trabajar y vivir según las normas sagradas para recuperar nuestra patria, nuestro hogar, el paraíso. Ulises (odisea), la genial figura homérica, tras diez años de lucha en Troya, anhela volver a su patria, al hogar, donde lo esperan los suyos: su mujer y su hijo. Un inmigrante sueña con volver a la patria, al hogar, no a una vasta extensión de territorio llamada Colombia, sino a su pueblo y a su barrio, donde están sus familiares y amigos, a su hogar. Por eso, cuando el dicho popular afirma que “todo tiempo pasado fue mejor”, lo que en realidad manifiesta es la añoranza por recobrar una patria, un hogar que (intuimos) tuvimos alguna vez, pero del que hemos sido desterrados, y afirma también la finalidad de la vida como una vuelta al inicio, al hogar. Por eso añoramos tanto la infancia, porque la vemos con el idilio con que añoramos el hogar.
Pero, como sabiamente afirma Bloch, la patria es algo que vimos brillar en la infancia, y que todavía intuimos borrosamente en nuestros sueños, pero donde, en realidad, nadie a estado aun. A la patria hay que llegar, como los cristianos al edén, Ulises a su Ítaca, don quijote a su castillo y el inmigrante a su casa. Y la verdadera patria del hombre se llama libertad, la autodeterminación, el lugar, sociedad o tiempo histórico donde todos puedan realizar sus capacidades físicas y espirituales, donde todos puedan trabajar en la realización de sus sueños, sin que haya dominación, exclusión económica, racismo, machismo, odios nacionalistas, fumigaciones con glifosato ni mantenimiento de una “seguridad democrática” a través del terror y la ignorancia. La patria es algo que debe realizarse a través de la cooperación de los hombres y de los pueblos, como nuestro apóstol, José Martí, y con él todos los próceres de lo que será “nuestra América”, supo vislumbrar con gran genialidad.
Para llegar a la patria hemos de conocer el camino que en el transcurrir del tiempo nos va llevando lentamente a ella. Debemos conocer la historia y, más aún, apropiárnosla. Porque conocer la historia es apropiarnos dignamente del legado que todos los pueblos y todas las generaciones han venido construyendo para, sobre esas bases, llegar más lejos aun, y hacer de las estrellas nuestra morada. La historia esta constituida, grosso modo, por épocas, y cada época es una ventana desde la cual podemos mirarnos a nosotros mismos, en la larga marcha de la humanidad camino a su emancipación.
Mas importante aun es apropiarnos de la historia en un país como el nuestro, donde la memoria colectiva ha sido borrada por las motosierras, las telenovelas y la música de un Juanes o de una Shakira. Nuestro pueblo camina sobre un océano de sangre, sobre los cadáveres de miles de campesinos, de obreros, de estudiantes asesinados, desaparecidos, torturados por pensar distinto y defender ideas de justicia social, de fraternidad en la igualdad, y no a pesar de la desigualdad.
Bella tarea la de nosotros educadores, que acercamos a miles de alumnos al conocimiento de la historia, que es también su historia: su música, sus artes, su ciencia, su tecnología y su vida social y cultural. Nuestra labor educativa erige y asegura las bases sobre las cuales la generaciones futuras realizarán el tan anhelado sueño: alcanzar y vivir en la patria. Por eso a nuestros gobiernos, con sus perversos intereses, les estorban los educadores y la educación: porque le tienen miedo al conocimiento, le tienen miedo a la libertad.
Por eso decíamos en el titulo: de la educación y otros demonios.
