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Si él (el hombre) llega a comprenderse, y si llega a fundamentar lo suyo sin enajenación ni alienación en la democracia real, surgirá en el mundo algo que todos vimos brillar en la infancia, pero donde nadie ha estado: la patria.
Ernst Bloch. “El principio esperanza”
Si él (el hombre) llega a comprenderse, y si llega a fundamentar lo suyo sin enajenación ni alienación en la democracia real, surgirá en el mundo algo que todos vimos brillar en la infancia, pero donde nadie ha estado: la patria.
Ernst Bloch. “El principio esperanza”
La palabra “patria” originariamente ha significado la “tierra de los padres”, el lugar y las vivencias que nos son entregados por herencia, y por extensión, “el hogar”. Decir “mi patria” equivale a decir “mi hogar”, “mi terruño”, mi tierra natal, allí donde todo guarda un aroma familiar y nos sentimos tan a gusto porque nos sentimos seguros y rodeados de la calidez del amor. Patria no es un himno, una palabra repetida en los medios de comunicación, ni tampoco la emoción que se siente al ver un partido de la selección nacional. Porque decir patria, hogar, no es decir nación, territorio y costumbres.
Si prestamos un poco de atención a nuestro legado cultural, veremos que decir “patria” es decir “lo que se ha perdido y hacia lo cual nos dirigimos”. Adán y Eva fueron expulsados de su patria, de su hogar, y ahora, según el relato bíblico, todos debemos trabajar y vivir según las normas sagradas para recuperar nuestra patria, nuestro hogar, el paraíso. Ulises (odisea), la genial figura homérica, tras diez años de lucha en Troya, anhela volver a su patria, al hogar, donde lo esperan los suyos: su mujer y su hijo. Un inmigrante sueña con volver a la patria, al hogar, no a una vasta extensión de territorio llamada Colombia, sino a su pueblo y a su barrio, donde están sus familiares y amigos, a su hogar. Por eso, cuando el dicho popular afirma que “todo tiempo pasado fue mejor”, lo que en realidad manifiesta es la añoranza por recobrar una patria, un hogar que (intuimos) tuvimos alguna vez, pero del que hemos sido desterrados, y afirma también la finalidad de la vida como una vuelta al inicio, al hogar. Por eso añoramos tanto la infancia, porque la vemos con el idilio con que añoramos el hogar.
Pero, como sabiamente afirma Bloch, la patria es algo que vimos brillar en la infancia, y que todavía intuimos borrosamente en nuestros sueños, pero donde, en realidad, nadie a estado aun. A la patria hay que llegar, como los cristianos al edén, Ulises a su Ítaca, don quijote a su castillo y el inmigrante a su casa. Y la verdadera patria del hombre se llama libertad, la autodeterminación, el lugar, sociedad o tiempo histórico donde todos puedan realizar sus capacidades físicas y espirituales, donde todos puedan trabajar en la realización de sus sueños, sin que haya dominación, exclusión económica, racismo, machismo, odios nacionalistas, fumigaciones con glifosato ni mantenimiento de una “seguridad democrática” a través del terror y la ignorancia. La patria es algo que debe realizarse a través de la cooperación de los hombres y de los pueblos, como nuestro apóstol, José Martí, y con él todos los próceres de lo que será “nuestra América”, supo vislumbrar con gran genialidad.
Para llegar a la patria hemos de conocer el camino que en el transcurrir del tiempo nos va llevando lentamente a ella. Debemos conocer la historia y, más aún, apropiárnosla. Porque conocer la historia es apropiarnos dignamente del legado que todos los pueblos y todas las generaciones han venido construyendo para, sobre esas bases, llegar más lejos aun, y hacer de las estrellas nuestra morada. La historia esta constituida, grosso modo, por épocas, y cada época es una ventana desde la cual podemos mirarnos a nosotros mismos, en la larga marcha de la humanidad camino a su emancipación.
Mas importante aun es apropiarnos de la historia en un país como el nuestro, donde la memoria colectiva ha sido borrada por las motosierras, las telenovelas y la música de un Juanes o de una Shakira. Nuestro pueblo camina sobre un océano de sangre, sobre los cadáveres de miles de campesinos, de obreros, de estudiantes asesinados, desaparecidos, torturados por pensar distinto y defender ideas de justicia social, de fraternidad en la igualdad, y no a pesar de la desigualdad.
Bella tarea la de nosotros educadores, que acercamos a miles de alumnos al conocimiento de la historia, que es también su historia: su música, sus artes, su ciencia, su tecnología y su vida social y cultural. Nuestra labor educativa erige y asegura las bases sobre las cuales la generaciones futuras realizarán el tan anhelado sueño: alcanzar y vivir en la patria. Por eso a nuestros gobiernos, con sus perversos intereses, les estorban los educadores y la educación: porque le tienen miedo al conocimiento, le tienen miedo a la libertad.
Por eso decíamos en el titulo: de la educación y otros demonios.
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